DIDASKALOS

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miércoles, 16 de octubre de 2013

El latín ha muerto, ¡viva el latín!

Este es el título de un ameno e interesante ensayo del latinista germano Wilfried Stroh, profesor emérito de la Universidad de Munich. El libro obtuvo un notable éxito en su edición original alemana y ha sido publicado en español por Ediciones del Subsuelo, con traducción de Fruela Fernández.


Como reza el subtítulo del libro, Breve historia de una gran lengua, el profesor Stroh se propone recorrer la historia del latín desde sus orígenes hasta nuestros días, admirándose de la resistencia a desparecer de esta lengua, a la que el autor le gusta llamar regina linguarum (reina de las lenguas). Lejos de ser un sesudo manual académico, el libro de Stroh, sin renunciar al rigor científico, avanza por la historia de la lengua latina recreándose en sabrosas anécdotas y dando muestras de fina ironía y sentido del humor. Basta con ver la imagen del autor que aparece en su página de Internet para hacerse una idea de su carácter desinhibido.

Wilfred Stroh (Valahfridus), caracterizado como Horacio.
El panorama que abarca el estudio de Stroh no se detiene con la caída del Imperio Romano de Occidente y el fin de la Antigüedad. De hecho, la mayor parte del libro se ocupa del cultivo y la pervivencia del latín en épocas posteriores, con capítulos dedicados a la Edad Media, el Renacimiento, La Reforma y la Contrarreforma, la Ilustración, la revolución industrial, hasta llegar al mundo de hoy. Después del Renacimiento el autor presta una atención preferente a la situación del latín en el mundo germánico, que es el ámbito que mejor conoce.
Es un lugar común hablar del latín, y también del griego clásico, como lenguas muertas. Yo prefiero decir a mis alumnos que son más bien lenguas inmortales, ya que, a pesar de que hace mucho tiempo que dejaron de ser la lengua materna de nadie, siguen ejerciendo su influencia en el vocabulario culto de la mayoría de las lenguas de Europa. En la misma opinión insiste el profesor Stroh cuando habla de la mors immortalis del latín. 
Una de las ideas más llamativas y sugerentes recogidas en el libro es que la primera muerte del latín, al menos en su variedad culta y literaria, se produjo precisamente en su época de mayor esplendor, en el siglo I de nuestra era. Después de las obras cumbre de Cicerón en prosa y de Virgilio en poesía parece que se tuvo conciencia de que el latín literario había alcanzado sus más altas cotas expresivas. A partir de entonces sufrió una especie de petrificación y dejó de evolucionar. Tan sólo se ampliará el vocabulario para designar las nuevas realidades y conceptos surgidos en los siglos siguientes, pero la estructura de la lengua permanecerá inmutable. Así lo expresa el profesor Stroh:
Nuestras expresiones de "lengua viva" y "lengua muerta" se basan en una metáfora biológica: igual que el organismo de un ser vivo (sea planta o animal) crece y se transforma hasta que la muerte pone fin a esas transformaciones, las lenguas están vivas en la medida en que se transforman y se desarrollan. La lengua de Goethe o la lengua de Cervantes, como observará cualquier estudiante de secundaria, no es ya la lengua que se habla actualmente en sus países. Más lejos aún se encuentra la lengua de un poeta barroco, y más aún la lengua medieval con sus primeros testimonios casi incomprensibles para el lego. El alemán, el español o el francés, como el resto de las lenguas vivas, han avanzado y se han modificado durante los últimos ocho siglos y es previsible que sigan haciéndolo.
Por el contrario, existen otros idiomas, como el sánscrito de la India o el árabe clásico, que no experimentan ya esa evolución. Y entre ellos se encuentra el latín: no a lo largo de su historia, desde luego, pero sí aproximadamente desde la época de Augusto. A la vez que su expansión global, se produjo la "muerte" del latín, al menos del literario; es decir, que ya en esa época se consolidó y adquirió la forma inalterada que presenta hoy en día.
Inscripción de una taberna de Pompeya

El capítulo que cierra el libro se ocupa del latín vivo, del que el autor es un ferviente cultivador. Hablar y escribir hoy día en latín no es una extravagancia de un grupo de chiflados, sino la mejor manera de acercarse a esta lengua. Porque no hay que olvidar que el latín es precisamente eso, una lengua, y como tal, para poder dominarla, es preciso servirse de ella como instrumento de comunicación. Así lo entendieron los humanistas y todos cuantos siguieron expresándose en latín en los siglos posteriores. Seguro que ninguno de ellos alcanzó tan alto nivel de competencia a base de hacer análisis sintácticos. Pero oigamos de nuevo al profesor Stroh:
Es evidente que pocas personas querrán aprender latín según el método habitual de muchas instituciones, que lo convierte en una especie de álgebra superior o tal vez de química. Se busca el núcleo del predicado -osculatur (él besa)- y se pregunta entonces por la totalidad de la frase a través de los complementos necesarios (¿Quién besa? Catullus ¿A quién besa? Lesbiam) y de otros detalles (¿Dónde besa? ¿Por qué besa? ¿Con qué frecuencia besa?). De izquierda a derecha, de derecha a izquierda, se va montando una frase hasta que finalmente tiene sentido. Nunca habría logrado Catulo besar a Lesbia o leerle sus poemas si ella hubiese tenido que esforzarse tanto para entenderlo. ¿No deberíamos, por lo tanto, intentar que el latín se aprenda por el camino natural de la escucha, la comprensión y el habla?

El libro termina con un epílogo en el que se recogen las conclusiones y se pregunta por el futuro de la lengua latina. Después de más de trescientas páginas el autor ha logrado transmitirnos su entusiasmo y fascinación por el latín, al que le gusta presentar como un auténtico héroe de novela, capaz de resistir todo tipo de adversidades gracias a una fuerza misteriosa que lo protege:
Sea como sea, la historia muestra algo con claridad: los incomparables éxitos del latín durante los dos milenios posteriores a Cicerón, Virgilio y al emperador Augusto no se explican por meras razones de utilidad. Hay una fuerza inexplicable que le permite sobrevivir una y otra vez a su muerte. A falta de un nombre mejor, lo llamo la magia del latín.

Wilfried Stroh

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